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jueves, 28 de noviembre de 2013

Crónica de una pesadilla recurrente (24-Abr-2011)

Es extraño que a esta hora de la tarde todo se encuentre tan tranquilo en la plaza del pueblo. No hay autos, no hay gente caminando ni escucho mas sonido que el viento entre los arboles de los jardines. Empiezo a sentir cómo un sudor frío recorre mi espalda, el pulso se acelera, cuesta trabajo respirar y los cabellos de la nuca se erizan. Es la ya familiar sensación del miedo que se va apoderando de mí poco a poco. Y ya sé lo que viene después. Volteo hacia el norte, hacia la iglesia, y nada. Hacia el poniente puedo ver que la tienda de vinos de la esquina y el banco se encuentran desiertos. Al sur está el restaurante y el pequeño local donde se venden los boletos de los autobuses, pero no hay nada ahí tampoco.

Entonces lo veo. Así, a la distancia, no se ve amenazador en absoluto. Por supuesto que llamaría la atención de cualquiera, pero al principio no se siente miedo, sólo curiosidad. Yo, que ya lo he visto muchas veces antes (incontables, podría agregar) siento cómo el terror me golpea en el estómago y me deja sin aire. Ahora no puedo moverme, sólo puedo seguir aquí de pie, viendo cómo da vuelta por la esquina del cine. Espero que esta vez no me vea, aunque sé que es inútil pensarlo. Se mueve lentamente por la acera hacia el edificio donde se encuentran las oficinas municipales. No parece tener prisa, se detiene de cuando en cuando y olfatea el aire moviendo las enormes orejas. Entonces gira la cabeza y clava sus ojos rojos, inexpresivos en los míos. ¡Me ha visto!. Un reflejo, mas que un movimiento voluntario, me hace correr. Llego a la esquina de la plaza frente a la iglesia y me detengo a mirar hacia atrás. Ahora ya no lo veo, no sé donde está. ¡Debo saber en dónde está!. Camino lentamente por la plaza rumbo a las oficinas municipales. Todas las puertas que dan al frente están abiertas. No sé si acercarme a la más próxima para entrar. Ahora veo que se asoma por la puerta mas alejada y antes de que pueda verme de nuevo corro a esconderme en la primera entrada a las oficinas.

El contraste entre el brillante sol de afuera y la penumbra del interior no me dejan ver nada al principio. Poco a poco mis ojos se acostumbran y camino hacia los escritorios del fondo. No escucho nada. ¿Se habrá ido?, ¿se está acercando?. Lentamente y con cuidado vuelvo a asomarme a la puerta. ¡No!, está apenas a unos metros de la puerta parado en la acera, ¡y me ha visto de nuevo!. Corro hacia adentro tropezando con las sillas y los escritorios. Sé que todas las oficinas se comunican entre sí por puertas laterales, así que sigo corriendo pasando de una habitación a otra sin detenerme. Por fin llego a la última oficina. Ya no hay mas puertas, sólo la salida hacia la calle. Me detengo un momento tratando de recuperar el aliento y puedo escuchar el ruido de sillas y muebles arrastrando por el piso. Salgo a la calle y puedo ver que él también ha tenido la misma idea y ahora camina hacia mí. Vuelvo a entrar al edificio y él hace lo mismo. Salgo de nuevo y cruzo la calle hacia la plaza. Corriendo trato de volver al lado norte, pero él también ha cruzado hacia la plaza y me corta el camino. Regreso a las oficinas donde sé que puedo esconderme. Ahora ya no escucho nada. Por un momento pienso en quedarme quieto bajo un escritorio, pero no puedo. Tengo que saber en donde está. Salgo de nuevo hacia la acera y ahora puedo ver su lomo blanco asomando por la puerta mas alejada de donde me encuentro. Aprovecho que está de espalda y cruzo corriendo la calle hacia la plaza. De reojo veo cómo da la vuelta y viene detrás de mí. Cruzo la plaza corriendo lo más rápido que puedo. Por fin tomo la calle hacia el norte, hacia la casa. Al llegar a la esquina de la tienda miro sobre mi hombro y lo veo avanzar. Se bambolea de un modo extraño sobre sus patas traseras, las orejas enormes sobrepasan la altura de las casas a los lados de la calle, sus ojos rojos me miran sin expresión alguna. Siempre pienso que tal vez podría acercarme a él y preguntar: "¿porqué me persigues?, ¿qué quieres de mí?", pero algo me dice que eso sería inútil. Sigo corriendo pero ahora mas lentamente porque ya estoy agotado. Tengo la boca seca y las piernas ya no me responden. Cuando vuelvo a ver dónde está, me quedo paralizado. El gigantesco conejo blanco está parado justo detrás de mí. Caigo al suelo. Se detiene junto a mí y me mira olfateando el aire mientras agita los bigotes. Es todo, ya no puedo correr...Por un momento no me atrevo a moverme, luego lentamente abro los ojos y al principio no veo nada. Poco a poco empiezo a distinguir entre la oscuridad los objetos familiares de la casa de mis abuelos. Escucho el ladrido lejano de los perros. Aun es de noche. Siento el sudor correr por mi frente. Quisiera que ya fuera de día y pretendo esperar despierto hasta que lo sea. Pero a los 8 años no se tiene mucha fuerza de voluntad y al poco tiempo, sin darme cuenta, vuelvo a cerrar los ojos: La plaza vacía está frente a mí y a lo lejos, dando vuelta por la esquina del cine, veo un par de orejas enormes acercándose...

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