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lunes, 4 de diciembre de 2017

Los Tres Cochinitos y el Lobo. Segunda Parte

III. El Encuentro

Cuando la vio salir del corral, no pudo evitar detenerse y observarla con detenimiento. Chucho notó su piel rosada y sus largas pestañas. Era la primera vez que una cerdita le llamaba tanto la atención. Acercándose hasta ella la saludó:

-Hola, soy Chucho. Yo...creo que no nos conocíamos, verdad?.- le dijo nervioso.

Ella se detuvo, lo miró y siguió caminando sin contestar. Chucho la siguió y volvió a insistir: -disculpa, no quise molestarte. Creo que tienes poco tiempo en la granja y quise darte la bienvenida. Cuando uno no conoce a nadie, es un poco...bueno, incómodo, no crees?- Chucho hablaba mientras caminaba al lado de la cerdita. Finalmente ella se detuvo, y sin mirarlo, le contestó: -Conozco a varios animales aquí y ya me dieron la bienvenida en el corral. Gracias de todos modos.-

Chucho la escuchó y luego vio como se alejaba hasta donde estaba el comedero de las ovejas. La siguió observando mientras varias de las ovejas la saludaban. Chucho sólo se dio cuenta de que seguía en el mismo lugar cuando las ovejas rieron señalándolo. Sólo entonces se dio la vuelta y caminó al corral.

Todavía tenía en la cabeza la voz de la cerdita y la imagen de su piel rosada cuando Jacinto lo interrumpió: -Chucho!, ¿no me oyes?. Te pregunté que si no habías visto a José.. ¿Qué te pasa?, lo viste o no.-

- ¿A José?, no lo he visto desde que salió por la mañana. Pero eso qué tiene de raro, siempre desaparece y anda vagando sólo por ahí. Ya lo conoces- contestó Chucho aún distraído- ¿y desde cuándo te preocupas tú por José?- le dijo a Jacinto ya más enfocado.

Jacinto, acostumbrado a los reproches de su hermano mayor, no le dio importancia a uno más y le contestó: -Ya lo he buscado en el estanque grande donde llegan los patos silvestres, pero no estaba ahí y los gansos tampoco lo han visto-.

Chucho notó la preocupación en la voz de Jacinto, algo raro en él por cierto. Luego le preguntó: -¿Lo buscaste en la valla que colinda con el bosque? A veces recorre todo el cercado de la granja y se detiene en ese lugar.- Chucho conocía muy bien la rutina diaria de sus hermanos. Era parte de su propia rutina saber dónde y qué estaban haciendo la mayor parte del tiempo.

- No se me ocurrió buscarlo tan lejos. Además ya es tarde, falta poco para que oscurezca y no creo que esté allá.- contestó Jacinto aún más preocupado al darse cuenta de que José era capaz de arriesgarse a andar sólo al oscurecer cerca del bosque.

-Espérame aquí, voy a buscarlo- dijo Chucho, ahora sí preocupado. -Mejor te acompaño, así podemos encontrarlo más rápido- contestó Jacinto siguiéndolo.

Juntos recorrieron la valla que delimitaba los terrenos de la granja hasta llegar a la zona mas apartada sin encontrar a José. Chucho observó el cielo donde los últimos rayos de sol pintaban de naranja y púrpura las nubes, luego escudriñó la espesura al otro lado de la valla, donde el bosque avanzaba hasta casi tocarla. -Incluso José sabe que es peligroso meterse al bosque, -pensó- no es tan estúpido para hacerlo de noche-. Luego, dirigiéndose a Jacinto, dijo: vamos al estanque otra vez. Alguien tiene que haberlo visto-.

Los gansos conversaban haciendo un gran alboroto mientras buscaban un lugar para pasar la noche cuando Jacinto y Chucho se acercaron al estanque. Jacinto le repetía a su hermano que era inútil preguntarles, pues él ya lo había hecho y no habían visto a José. Chucho, ignorando los comentarios, observó el estanque por un momento y luego se dirigió a la orilla opuesta rodeando los altos juncos que crecían al borde del agua. Jacinto lo seguía molesto sin entender qué hacía. Por fin, Chucho se detuvo junto a los juncos y preguntó: ¿alguno de ustedes ha visto a mi hermano?-. Jacinto, que casi tropezó con Chucho cuando este se detuvo repentinamente, miró sorprendido hacia los juncos y luego a su hermano sin entender aún lo que hacía. Chucho guardó silencio un momento y, al no obtener respuesta, se acercó un poco mas a los juncos que en esa parte crecían muy juntos formando una barrera que impedía ver el agua. Chucho repitió la pregunta con voz mas alta: -¿alguno de ustedes ha visto a mi hermano?

-Te oímos la primera vez, deja de gritar- fue la respuesta.

Entonces Jacinto comprendió y se adelantó para hablar con los patos silvestres que a veces pasaban la noche en el estanque.

-Disculpen a mi hermano, estamos buscando a José, nuestro hermano pequeño. ¿Alguno de ustedes lo ha visto hoy?

Todavía sin ver a nadie, Jacinto insistió. -Estamos preocupados porque José no ha regresado. Ya lo buscamos por toda la granja...-

Un ganso salió de entre los juncos interrumpiendo a Jacinto: -tu hermano se fue-.

-¿Dónde está?- preguntó Chucho.

-No se dónde está ahora. Pero creo que sé a dónde se dirige- contestó el ganso.

-¿Dónde está?-insistió Chucho.

-Estoy seguro que se dirige a la granja Manor- respondió el ganso.

-¿La granja Manor?- preguntó Jacinto-. ¿Porqué se iría José a ese lugar?, los rumores dicen que los animales allí se han vuelto locos...

-Tu hermano nos estuvo preguntando acerca de lo que ha pasado en la granja Manor, Jacinto,-dijo el ganso- y supongo que quiso observarlo todo por sí mismo. Hay muchos que piensan como él.

-¡Vamos Jacinto, tenemos que alcanzarlo!-dijo Chucho dando la vuelta y empujando a su hermano.

-Oigan, a esta hora ese cerdo debe ir muy lejos y ustedes no van a llegar a ninguna parte en mitad de la noche.- exclamó el ganso-.

-Entonces ayúdanos a encontrarlo, Rupert- dijo Jacinto, que finalmente había reconocido al ganso-. Tú puedes volar y cubrir más distancia que nosotros.-

El ganso miró a ambos cerdos por un momento antes de contestar: -No debería meterme en esto. No puedo asegurarles nada, pero volaré por el camino hasta la granja Manor.-

Fue Chucho el que contestó: -Gracias Rupert. Por favor encuentra a mi hermano.-

Rupert salió a campo abierto y, dando fuertes aletazos, se elevó volando hacia el camino que salía de la granja.

IV. El destierro

La madriguera y la manada eran para Boris todo su mundo. Sabía cual era su lugar en ese mundo y se sentía satisfecho. No había para él y su hermana Rufis ninguna preocupación en sus cómodas vidas. Bastaba con mostrarse sumisos ante sus padres para detener cualquier signo de agresión y para obtener atención y muestras de cariño. Lo que Boris no sabía aún, era que todo eso estaba a punto de cambiar.

Una tarde de verano, después de seguir a la manada por varias horas mientras perseguían a un viejo venado, notó que su padre, quien había encabezado la persecución durante la última hora, comenzaba a rezagarse para ceder su turno a uno de los lobos de segundo rango. Boris esperaba que Reda, el segundo al mando, se colocara al frente para continuar la cacería, pero el segundo no se adelantó de inmediato. Boris siguió trotando por unos minutos más esperando ver al segundo al mando tomar el lugar al frente del grupo, y cuando eso no ocurrió, se adelantó para acercarse al venado que ya les sacaba una buena distancia. Se esforzó aún más en una cuesta empinada y, viendo que el venado estaba al límite de sus fuerzas, dio un salto para morderlo en la pata trasera. El venado trastabilló y Boris lo soltó como había visto hacer a su padre muchas veces, y se detuvo por un momento, esperando que el cansancio de su presa hiciera el resto. Reda, el segundo al mando, pasó corriendo junto a él y mordió al venado en un costado causándole un gran corte por el que brotó sangre. El venado giró para enfrentar a Reda,.
 y Boris aprovechó el momento para volver a morder una de sus patas traseras, pero esta vez se aferró con fuerza. El venado cayó al suelo agitándose, pero Boris no lo soltó. Reda se aferró al cuello de la presa, mientras el resto del grupo los alcanzaba. Todo acabó rápido y Boris sintió la alegría de la cacería. Soltó a la presa y levantó la cabeza para buscar a su padre esperando ver esa mirada de orgullo que tantas veces le había brindado antes. Quería festejar con él el éxito de la cacería. Pero esta vez, su padre, el líder de la manada, el lobo más fuerte que Boris había conocido, pasó de largo junto a él sin mirarlo siquiera y se abalanzó sobre la presa con furia. Gruñendo y mostrando los dientes a los lobos que habían comenzado a desgarrar el vientre del venado, los obligó a retroceder imponiendo su jerarquía. Incluso le lanzó una dentellada a Reda, su segundo, dejando claro que no toleraría ninguna insubordinación. Reda aplacó la ira de su líder rodando sobre su costado y ofreciendo el cuello. Boris nunca había visto que su padre utilizara tanta violencia para imponer su autoridad a la manada, y menos con Reda, un aliado fiel desde que ambos eran apenas cachorros. Su padre se inclinó sobre la presa y arrancó un trozo de carne aún caliente. Los otros lobos se acercaron a la presa lentamente bajando la cabeza, gruñendo y gimiendo, le pedían autorización al líder para comer. Boris también se acercó a su padre para tomar un bocado, pero éste lo enfrentó mostrando los dientes. Boris ignoró la advertencia de mostrar sumisión al jefe y sufrió las consecuencias: su padre lo mordió en la oreja. Boris, sorprendido, se detuvo. Estaba a punto de retroceder mostrando respeto a su padre cuando sintió algo extraño. Erizó la piel de su cuello, bajó la cabeza y desafió a su padre con un gruñido. El jefe de la manada se lanzó sobre él mordiendo y empujando, obligándolo a retroceder. Su padre detuvo el ataque tan repentinamente como había empezado y entonces todo terminó. Boris sabía que ya no tenía ninguna oportunidad porque había visto antes cómo los machos jóvenes eran desterrados antes de que representaran una amenaza para el jefe de la manada. Al tomar el liderazgo en la cacería y desafiar a su padre frente a todos, Boris había firmado su propia sentencia. Estaba expulsado de la manada para siempre.

V. La Huida

José caminaba por el borde del camino atento a los sonidos y movimientos delante y detrás de él. Sabía que debía ocultarse de cualquiera que pasara, pues siempre existía el peligro de que lo atraparan y lo llevaran a otra granja. Durante varios días estuvo planeando la manera de escaparse de la granja. En realidad, lo más difícil no era salir, sino hacerlo sin ser visto. Con tantos ojos observándolo todo durante el día, la única opción era salir por la noche. Ahora que lo había logrado se sentía emocionado y sólo quería llegar al lugar donde por fin sería libre: la granja Manor.

De acuerdo con lo que le habían dicho los patos, la propiedad del viejo Manor estaba a 16 kilómetros. Tenía que seguir el camino abajo hasta el río, después de atravesar el puente que lo cruza sólo debía doblar a la derecha y continuar por un sendero estrecho entre el bosque y un campo de maíz. Parecía sencillo.

Por fin, después de muchos sobresaltos y algunas pausas para ocultarse cuando alguien pasaba por el camino, José pudo ver el puente sobre el río. Sabía que ya estaba cerca de su destino y se sentía más feliz que nunca. Sin embargo esperó un momento antes de cruzar para escuchar atentamente pues una vez que estuviera en el puente sería imposible ocultarse.

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